La videollamada comienza con el habitual “pellizco” en la piel. Cada una de vosotras pestañea un instante para activar la conexión neuronal que activa el enlace digital. Inmediatamente se abren 10 ventanas delante de vuestra cara. La marcada como “host” corresponde a una pequeña celebridad local, la cantante “Dark Angel”, aquí un poster promocional suyo:
Como ruido blanco de fondo para camuflar la señal, utiliza un reportaje de fútbol, en el que están repasando el mítico Australia – Kosovo del Mundial de Uruguay 2030. “Dark Angel” da comienzo a la reunión:
—Hola a todo el mundo. Gracias por conectaros. Necesito que me echéis un cable, joder. Sé que todas conocíais a mi colega Paco Manoplata… bueno, no debería hablar de él en pasado. Espero que no. El caso es que, joder ¡algo no me cuadra! Vamos a ver, a ver si no la cago… y empiezo por el principio.
Aquí una foto de Paco
—Buena idea esa, sí, Angel, empezar por el principio. Prueba con eso —la anima Liadriel.
—Ehhh… a ver, como iba diciendo, a ver si pillo el hilo…
“Si dice una vez más “a ver” va a haber hostias aquí” —piensa Sansalayne, pero es demasiado polite para decirlo en alto. Parece que Sansalayne va a decir algo, pero finalmente la marciana se calla y no parece decir nada.
—Pues eso, joder, que no me cuadra nada lo de Paco. Hace dos findes, después del bolo en el “Euphoria”, me empezó a soltar no sé qué mierdas de un contrato discográfico que le había ofrecido la Corporación Tokaído. A ver, que si esto se le quedaba pequeño, que si iba a crear un estilo musical nuevo, que si necesitaba un estudio con músicos profesionales y no sé qué más mierdas. Incluso que se quería cambiar el nombre por “Frankie Silverhand”. Yo le mandé a tomar por culo, claro. Nuestro rollo no es ese. Y si tenemos que tener curros de día para seguir tocando, pues es lo que hay, pero no nos vamos a vender a una puta corporación, ¡hasta ahí podíamos llegar! Y luego, el finde pasado, cuando estábamos todos ya preparados para tocar en el Lush, ¡va el cabrón de él y no se presenta! Sólo nos envió el Reel ese de mierda que se ha hecho viral, en el que dice esas cuatro chorradas de que se va a un estudio a grabar sus próximos discos y tal. Yo no me lo trago, tías. Aquí hay gato encerrado. Lo que os quiero pedir es… que investiguéis esta movida. Paco Manoplata no es así. No se vendería a una corporación así, de un día para otro, renunciando a todo lo que es.
—Oye, una cosita. Yo le tengo aprecio al Paco pero ¿has probado a investigar tú misma? —pregunta, sin mucha delicadeza, Loboblanco.
—Vamos a ver, Lobo, piensa un momento. Si es que a mí todo el mundo me conoce, coño, ¡qué voy a investigar yo! En cuanto me acerque a alguien, se cerrarán como ostras. Por no hablar de que es posible que me vigilen. Esto tenéis que ir vosotros, en plan discreto, preguntar aquí y allá, a ver, qué se cuece, qué se cuenta, infiltraros en algún servidor corporativo, esas cosas.
—No te preocupes, Angel. Yo buscaré a Paco y se hace falta le traeré de vuelta, aunque sea a base de patadas en el culo —responde Ellaria.
—Gracias, joder, gracias. Os debo una. Una pero que muy gorda.
El resto de ventanas se activan por turno. Todas con caras de asentimiento, abrazos y palmadas virtuales.
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En cuanto acaba la conexión, uno de los participantes en la reunión se arregla un poco y se dirige a la Arcología Tokaído. Tras tomar un par de trenes anti-g, llega a la sede de la Corporación Tokaído en Nueva Ángeles. Los seguratas ya le conocen y se apartan con respeto. Entra hasta la cocina y llega a un gran gimnasio con un tatami de judo, donde dos jefazos japoneses se están entrenando en ese arte marcial. Hace una seña y uno de ellos inmediatamente saluda a su rival, toma una toalla para enjugarse el sudor y sale a hablar con el visitante.
—¿Y bien? ¿Qué has averiguado? —pregunta el japonés.
—Dark Angel. No lo va dejar estar, jefe. Ha reunido un grupo de ciberdelincuentes, anarquistas y vagos del barrio para husmear y ver qué averiguan.
—En fin… me lo temía. Shikata Ga Nai.
—¿Perdón?
—Shikata Ga Nai. Significa “no se puede hacer nada” o “es inevitable”. Ya sabes lo que te toca. No podemos perder a Frankie Silverhand. Va a ser nuestra gallina de los huevos de… plata.
El visitante rió con ganas la gracia de su jefe.
—Infíltrate entre esa escoria y acaba con ellos. Discretamente. Sin que se note. A ser posible, consigue que se maten entre ellos.
—Así lo haré, jefe. No se preocupe, está en buenas manos.
“Shikata Ga Nai” pensó el japonés, mientras volvía al tatami. Lo que le pasaba por la cabeza se podría traducir como “No quedan más cojones”, “Es lo que hay” o “No tengo a nadie más”.
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Otra participante en la videollamada también tenía intenciones ocultas. Tras colgar, introdujo un anacrónico pero seguro microchip bajo su uña y buscó la frecuencia secreta que le comunicaba con su cuartel general en Marte. Tras explicar detalladamente el contenido de su reunión, sus jefes le dieron las siguientes instrucciones:
—Hazlos volar por los aires. A todos.
—Pero… pero… si son nuestros aliados, ¿no? ¿no se supone que luchamos contra las grandes corporaciones?
—El matrimonio y la guerra crean extraños compañeros de cama, como dijo nuestro gran líder Groucho Mars. Tú haz lo que te decimos, Agente 86. Para eso te hemos enviado al Planeta Podrido. Tienes explosivo plástico para reventar un barrio entero si hace falta. Es importante que sea espectacular, ¿comprendes?
—Sí, sí, claro… Unos buenos fuegos artificiales. Entendido. ¡MartePrimero!
—¡MartePrimero!