La tripulación del “Infanta de Teruel” había quedado consternada por las tres muertes. Tras entregar al mar los cuerpos de las fallecidas, lo siguiente que se hizo fue nombrar a una nueva capitana. Al ser la más allegada a Asha, Ellaria fue elegida por amplia mayoría. Su primera propuesta fue cambiar el nombre del barco a “Elephant & Turtle”, como habría querido la difunta. Con ese chantaje emocional como principal argumento, logró imponerse en la votación por estrecha mayoría. Numerosos piratas, sin embargo, empezar a murmurar desde ese instante que aquello traería mala suerte. Para evitarla, muchos marinos que antes lo llamaban despreocupadamente “Elephant & Turtle,” ahora intentaban deliberadamente pronunciar “Infancha of Teuel” o lo que buenamente podían.
La siguiente moción que se votó fue para castigar al culpable de los asesinatos de Asha y Lau Bu. Los dos principales sospechosos eran Tajuru y Loboblanco. Por escaso margen, salió condenado el burgalés Loboblanco. Los filibusteros gritaban:
“¡A la tabla! ¡La tabla! ¡La tabla! ¡Tabla, tabla, tabla!”
Antes de eso, el reo pidió, como última voluntad, disparar una salva con todos los cañones del “Elephant & Turtle.” Agus Kerman aconsejó en contra de aquello:
—“Timeo danos et dona ferentis”, y todo eso —dijo el cirujano, pero su consejo no fue escuchado. Era muy fuerte para los piratas no permitirle a un hombre condenado cumplir su último deseo.
Loboblanco bajó a la santabárbara del navío para preparar la carga. Una porción de fósforo, tres de azufre, media libra de pólvora… El condenado no era cristiano de misa diaria, precisamente (recordemos su encontronazo con el Santo Oficio), pero en esa tesitura, no paraba de recitar una letanía que se acababa de inventar sobre la marcha:
“Santa Bárbara bendita
Patrona de la Artillería
Santa Gadea de Burgos
Beso tu medallita”
Cuando la mezcla estuvo lista, Loboblanco la distribuyó por los 14 cañones y 4 culebrinas del navío. Tras persignarse una vez más, ordenó a los piratas disparar su última salva. Un humo verdeazulado salió de las 18 bocas de fuego. A los pocos instantes, no sabemos si por intercesión de las santas milagreras a las que se había encomendado el español, o porque realmente había descubierto el primer cañón de tormenta, gruesos nubarrones comenzaron a arremolinarse sobre el “Infanta de Teruel.” Para cuando Loboblanco se disponía a dar el primer paso sobre la tabla, ya caían los primeros goterones de lo que se veía venir como una poderosa galerna. Así que se tuvo que aplazar la ejecución, mientras todos los marinos se afanaban en plegar las velas.
La tormenta era la última oportunidad de Loboblanco. Haciendo caso omiso del aguacero, golpeándose contra el maderamen al temblar el navío por el embate de las olas, el astuto castellano logró llegar hasta el extremo de la proa. Descolgándose con una cuerda, logró llegar hasta la tortuga del mascarón de proa. Buscó con sus manos empapadas una apertura en el caparazón, y sí, allí estaba: el escondrijo de Tajuru. Loboblanco extrajo dos bolsas envueltas en tela impermeable y volvió a cerrar el compartimento secreto. Regresó con los demás piratas y esperó a que amainase.
Después de la tormenta, Loboblanco enseñó a la tripulación lo que había encontrado: dos paquetes iguales a los que llevaba Lau Bu. Cuando el contramaestre Aslan los rasgó, todos vieron que, efectivamente, contenían lo mismo: una bandera con la cruz de Borgoña y una patente de corso; con el lacre, en este caso, de Francisco de Verdugo y Boltón, Gobernador de Maracaibo.
Llegó entonces el momento de la última voluntad de Tajuru.
—Deseo reunirme uno por uno y a solas con Ellaria, Aslan, Madelaf, Agus Kerman, Nalibia y Loboblanco.
Así se hizo, y acto seguido la
Asesina Tajuru caminó por la plancha, para ahogarse en las aguas del Caribe: