La primera en llegar a la posada del Poni Pisador para la fiesta de cumpleaños fue Madelaf Bolsona, una hobbit de la Cuaderna del Noroeste, acompañada por su fiel jardinera, escudera y “chica para todo en general”, Sansalayne o “San” Gamyi. La jardinera procuró comida y bebida para el gavilán en el que habían venido montadas, mientras su ama empujaba la puerta del local.
Aquí podéis ver la cara de póker de Madelaf al comprobar que no había llegado ninguno más de sus amiguis:
Madelaf (más conocida por el apelativo cariñoso “Made,” como suele suceder con los hobbits) había emprendido el viaje cuatro horas atrás, atravesando toda la Comarca volando, para llegar a la ciudad de Brie, capital del pequeño país homónimo. Un país con nombre de comida no podía llevarse mal con La Comarca. Como la mayoría de los hobbits que emprenden aventuras, no está muy claro de qué vivía la buena mujer, pero sí está claro que se podía permitir el lujazo de dejar su lugar de residencia durante un par de semanas (o un par de meses, si me apuráis) sin menoscabo apreciable para su patrimonio.
Made se acomodó en una mesa donde Gandalf ya estaba sentado, fumando en pipa, absorto en sus propios pensamientos. Tras un momento de silencio incómodo, la hobbit dijo:
—Buenas tardes, Gándul (pues ese era el apelativo con el que se conocía al Mago Gris en lengua hobbítica; algo tendría que ver el hecho de que siempre subcontrataba hobbits para emprender sus más peligrosas misiones).
—Eh, oh, ah, hola, holaaa, mi querida Made —respondió el hechicero, saliendo lentamente de su ensoñación —Tan puntual como siempre, me alegra comprobar.
—Una Bolsona nunca llega tarde. Ni pronto. Siempre llega exactamente a la hora. Ya sabes de quién he aprendido eso, viejo amigo.
—Jajaja y me encanta, querida hobbit. Siempre se puede contar con la puntualidad de una Bolsona. En estos tiempos oscuros, no es poca cosa, créeme.
En aquel momento entró en la posada la guerrera enana Asha, famosa por su destreza con dos poderosas hachas de guerra.
Con su voz ronca y poderosa, saludó a su manera:
— ¡Gandalf, Madelaf, pero qué os pasa! ¡Estáis secos! ¡Eh! ¡Florinda! ¡Una ronda por aquí!
Aquella noche el dueño de la posada, Cebadilla Mantecona, se encontraba indispuesto. Así que atendían su hermana, Florinda Mantecona, y el marido de ésta:
Viendo esta foto, sólo cabe pensar: Eru los cría y ellos se juntan.
—Por cierto —dijo Made —voy a ver qué hace San. Tarda mucho en soltar al gavilán.
Madelaf salió al bosquecillo contiguo y vio a su fiel criada arreglando con esmero las plumas del ave. Una tierna sonrisa asomó al rostro del ama ante la devoción de su jardinera.
—San, deja eso, anda. Entra en el salón y tómate unas pintas con nosotros.
—Estoooo… qué amable, señora Made. Sí señora Made, si usted gusta.
—Gusto, San. Venga, no te tardes. Además, con un poco de suerte, podrás ver a una elfa. Gandalf me dijo que había invitado a Lau Bu, de Rivendel.
—Oh, ¡elfos, señora Made! Nada me complacería más en el mundo que ver a una elfa, bien lo sabe usted. ¿Cómo era el saludo? A ver si lo digo bien… ¡Aiya Elendil, Elenion Ancalagon!
—“Ancalima”, Taju, es “Ancalima,” no “Ancalagon.” Ancalagon era el dragón que…
—Lo sé, señora Made, lo sé pero es que ¡siempre se me va!. Tengo que repasar mi Silmarillion.
—Venga, anda, ponte presentable y entra en el salón. ¿No querrás que te vea una elfa con esas pintas?
—Claro, claro, señora Made. Me pongo la capa de los domingos y enseguida entro.
La verdad es que el aspecto de Sansalayne Gamyi mejoraba bastante una vez que se había acicalado:
San salió del establo y vio un poni que venía derecho hacia ella. Se ocultó rápidamente detrás de un barril, y entonces se dio cuenta de que una mujer hobbit venía como amazona en la montura. Frenó bruscamente a escasas diez yardas de donde estaba Tajuru, bajó con destreza y ató al animal a un poste. San, aliviada, salió de su escondite.
—Buenas noches, señora Tajuru Tuk —saludó la jardinera a la recién llegada:
—Buenas noches, San, hija. ¿Qué te ha parecido mi frenada?
—Ehhhh… un tanto… arriesgada, si me permite decirlo, señora.
—¿Arriesgada, eh? Jajaja, San, tú siempre tan prudente. Esto es cosa de poco para una Tuk. Anda, vamos adentro, que ya nos deben de estar esperando.
Tajuru Tuk (más conocida como Taju) entró en el Poni Pisador pasando el brazo por el cuello de San. Esta, animada por la confianza que mostraba una hobbit tan importante como la número 17 en la línea de sucesión de la Casa Tuk, se animó a canturrear una de sus canciones favoritas:
“Quién es ese Hooobbit
Que me mira y me desnuda”
Taju se vino arriba y los siguientes versos los cantaron juntas:
“Una fiera inquieta que me da mil vueltas
Y me hace temblar, pero me hace sentir mujeeer”
Cuando Taju y San llegaron a la mesa de su grupo, se encontraron que ya había llegado Boubaris, el hombre-árbol. Dado su enorme tamaño, no había entrado en la posada, sino que se asomaba desde fuera. El aspecto del ent era muy diferente cuando estaba despierto:
Que cuando estaba dormido:
—¿A quién más esperamos, Gandalf? —dijo Asha.
—Pueees… nos faltan tu prima Lali Brandigamo; la elfa Lau Bu; Aslan, el capitán de Gondor; Loboblanco, un jinete de Rohan; y Liadriel, una montaraz media elfa.
—¿Y Theon? ¿No esperamos también al señor Lobster? —dijo Tajuru.
—Ah, sí, casi se me olvida —contestó Gandalf —Le he visto fuera hace un rato, ha aprovechado que visitaba el Poni Pisador para entregar un pedido de su empresa de cangrejos de río, para colocar un anuncio fuera.
Tras una nueva ronda de cerveza, el sufrido autónomo Theon Lobster entró en el local.
—Bufff, necesito una pinta ¡pero ya!; cómo me ha costado colocar el dichoso anuncio:
Al poco rato aparecieron Aslan, Señor de la Isla de Tolfalas, flamante capitán de Gondor:
—¿Qué tal estás, Gandalf, viejo truhán? —saludó el hombre del Sur. El mago quedó muy azorado, estaba claro que esas confianzas no resultaban de su agrado. A los hobbits no les pasó inadvertido; a Asha sí, porque tenía la cara prácticamente sumergida en un cuerno de cerveza.
Y Loboblanco, un guerrero de Rohan:
—¿Qué dice esa divisa que lleváis, caballero? Parece una escritura similar a la nuestra. –le interpeló Madelaf.
—Dice “Mi Norte es el Sur.” Porque siempre he deseado bañarme en las cálidas aguas del Belegaer, el Gran Mar. Y allí, junto a sus costas, en la ciudad de Dol Amroth, vive la dama dueña de mi corazón.
—Qué galantes palabras, Señor de los Caballos —contestó, sonriendo, la recién llegada Liadriel.
Era una montaraz media elfa, que llevaba a la espalda una espada de un tamaño que se podría definir como “insalubre.” Cualquier persona menos fornida habría acabado con una contractura a la media hora de acarrear tamaño mandoble.
Tras Liadriel apareció Ellaria Brandigamo, más conocida simplemente como “Lali.” Era una hobbit muy intrépida de la región de Los Gamos; aquí la podéis ver en pose de aventurera, empuñando un arco mientras monta en una barca (deporte considerado de alto riesgo entre los hobbits):
—Hola, hola, hola, buenas tardes a todos. Siempre pasa lo mismo, ¿verdad? La que vive más cerca es la última en llegar.
Y finalmente se presentó Lau Bu, que era la homenajeada por ser su cumpleaños. Era una elfa relativamente joven, pues había nacido a principios de la Segunda Edad. Todavía le hacía ilusión cumplir años; bueno, al menos cada 100 años aún lo celebraba. Y no todos los días se cumplían 6.000 años.
Aquí tenéis a la cumpleañera:
El estruendo que acompañó a su llegada fue ensordecedor. Boubaris bramó, las jarras entrechocaron, los hobbits atacaron (literalmente) canciones festivas, e incluso los guerreros humanos arrancaron graves notas a sus cuernos. Lau se sintió un poco avergonzada ante tanta efusión. Incluso los hombres y hobbits de otras mesas se animaron a felicitarla también. San dijo mal su salutación en élfico, pero nadie se enteró entre el follón.
Cuando el ruido cesó un poco, Gandalf aprovechó que todo el mundo estaba alegre y un poco bebido para explicarles la misión que les iba a proponer…