


Pues como el fabricante se inspire en el negro de whatsapp.


Historia de amor escribió:
Lo llevaba siguiendo durante más de media hora con sus prismáticos. Su instinto le decía que algo importante iba a suceder, pues aquel señor no hacía más que dar vueltas al portal de manera harto sospechosa; como si quisiera hacer algo pero no acabara de decidirse. Finalmente, aprovechó el momento en que uno de los vecinos salió a la calle para introducirse en el edificio.
-¡Qué viene! –advirtió Serenere saliendo de la terraza-. ¡Ya sube!
-¡Rápido! Coge sitio que he hecho palomitas.
Serenere cogió un bol y se sentó expectante junto a la puerta. Madelaf había tomado posiciones frente a la mirilla y estaba lista para narrar todo lo que aconteciera.
Con un característico “tap tap”, Pulgar subió las escaleras a saltitos. Después se dirigió a la puerta que se encontraba justo en frente de las dos vecinas cotillas.
¡Ding! ¡Ding!
-Lleva un ramo de flores –comentó Madelaf.
-¡Uy! ¡Qué emocionante! –Serenere se revolvía en su silla de pura excitación.
La puerta de abrió, dejando ver la espectacular figura de Lauerys Quinn.
-¿Otra vez tú? –exclamó Lauerys con un deje de hastío en la voz.
-Yo… ¡Te he traído flores! –Le entregó presto un ramo de crisantemos.
Lauerys se llevó la mano a la cara de pura frustración.
-¿Por qué no me dejas ya en paz?
-¡Oh! Hermosa arlequín. No sabes lo mucho qué atraes. Tienes un no sé qué que hace que no deje de pensar en ti.
¡Como si estuviéramos destinados el uno para el otro!
Silencio.
-Además, te he escrito un poema.
-¿Qué has hecho qué? –Lauerys Quinn pensó en coger su maza de guerra y aplastarlo allí mismo.
-¡Ohhhhhh! ¡Un poema! ¡Le va a dedicar un poema! –anunció Madelaf.
-¡Joder! ¡Qué bonito! –Serenere se levantó de un salto y pegó la oreja a la puerta para escuchar mejor.
¡Oh, Lauuuuuu!
Tu nombre rima con miau.
Un pie no tiene corazón,
Pero mis uñas tuyas son.
Tu belleza no tiene fin,
no te cambiaría ni por un calcetín.
-¡Cómo canta ese pie! –cuchicheó Serenere.
¡BLAAAAAM!
Lauerys Quinn cerró de un portazo, dejando estupefacto a su pretendiente.
-¡Nooooo! Lo ha rechazado –Se lamentó Madelaf.
-¡Qué mala pata!
El despechado pretendiente dejó caer el ramo de crisantemos y se retiró entre lágrimas.
-Pobrecito –gimió con verdadera aflicción Madelaf.
-Ven, vamos a prepararnos una tila que a mí los finales tristes me ponen de los nervios.
Las dos marujas abandonaron su puesto de observación y fueron hacia la cocina.
Minutos después, alguien volvió a llamar a la puerta de Lauerys Quinn. La oscuridad lo protegía, pues no había encendido las luces del rellano.
-¿Sí? –Preguntó la arlequín asomándose con precaución.
¡CLONC!
Algo metálico golpeó su cabeza y cayó inconsciente al suelo. Después, una mano fuerte la agarró por el tobillo y se la llevó a rastras de allí.
A la mañana siguiente, Lauerys Quinn despertó. Estaba en un descampado, enterrada de cuello para abajo, de modo que sólo su cabeza asomaba a la superficie. Su captor, reía descontroladamente mientras balanceaba una pesada pala alrededor de su cabeza.
Gritó.
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