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En la mañana anterior a su ejecución, Sansa von Layne había estado entrevistando a Pollus tras la muerte de Asha:
— ¿Cómo te sientes tras la muerte de Asha? ¿No sientes que tu vida ya no tiene sentido, ahora que ya ha quedado vengada?
— Bueno, por un lado, siento alivio. Se ha hecho justicia con mi amada Madelaf. Por otra parte, sabemos que anda suelto un profanador de cadáveres, lo cual me sigue causando inquietud. Bien, Gerold, ahora dinos, ¿Cómo has hecho para sobrellevar estas semanas sin tu amada esposa? ¿No te han dado ganas de suicidarte en ningún momento?
— Ehhh… bueno, no, la verdad es que no. Mi vida sigue teniendo sentido, estoy comprometido con una… digamos, iglesia, cuya causa me parece muy justa y muy importante.
— Oh, cuánto me alegro, Gerold. Cuéntanos un poco más.
— Bueno, jejeje, en realidad no debería hablar de ello, digamos que se trata de… bueno, más que una iglesia, es una… fraternidad.
— ¿Como la masonería o algo así?
— Sí, algo así. Una asociación filantrópica que busca la redención y la felicidad para la Humanidad. Mis compañeros me han ayudado mucho en estas semanas ¿sabe? Y yo… me he volcado con ellos, me ha servido para no estar continuamente obsesionado y llorando por Madelaf. Pero, como te digo, no debería hablar de ello.
Esa misma tarde, Pollus recibió una visita en la pensión de Frau Todt, en el popular barrio de Neukölln. Se había mudado allí desde la muerte de Madelaf. No podía aguantar revivir su recuerdo continuamente. Por precaución, no se había registrado allí con su verdadero nombre, sino que había optado por otro seudónimo de animal: Herr Wiesel (“Señor Comadreja”). “Casualmente” Gerold se encontraba totalmente solo en la pensión en ese momento. Un encapuchado se presentó allí, le hizo una seña de manos para mostrar su rango y se dirigió a él con expresión perentoria:
— Gerold, queremos una explicación. ¿Me puedes decir qué le has contado a esa periodista entrometida?
— Bueno, sí, he estado hablando con Sansa von Layne pero no he mencionado a la Orden en ningún momento… ¿qué ha pasado? ¿a qué tanto revuelo?
— “Ha pasado “que casi revelas nuestra identidad a una periodista, ¡merluzo!
— Pero… pero… ya le he dicho que yo no he revelado el nombre del grupo en ningún momento.
— ¡Sólo faltaba! ¿Te crees que Sansalayne es tonta? Ha ido a la redacción de un periódico con un artículo titulado “El Viudo Iluminado”, ¿qué te parece el titular, eh, Pollus? ¿Tiene gancho, a que sí?
Gerold estaba totalmente abatido. Escuchaba la filípica de su superior en la Orden con la cabeza gacha, sin atreverse siquiera a mirarle.
— Gerold, ¡por la Pirámide y el Ojo! hemos tenido que ir al periódico y suplicarles que no publicasen la entrevista. ¿Sabes lo que supone eso? ¿Cómo te crees que se controla el mundo: haciendo que los medios de comunicación nos deban favores, o pidiéndoselos? ¿Eh? En fin, al menos tu cagada no se hará pública. Creemos que, por ahora, sólo lo saben Sansa, el director del “Berliner Tageblatt” y dos técnicos del periódico. Por lo que respecta a Sansa… no pensamos que vaya a durar mucho. Bueno, por lo que respecta a ti:. Quedas temporalmente expulsado de los Illuminati.
— ¿Cómo… cómo podré ser readmitido? ¿Qué puedo hacer para compensar mi error?
— Tendrás que prestar a la Orden un servicio equivalente al perjuicio causado. Eso, o que la Orden te necesite y te reclame en un momento dado. Ahora, estás solo. Ya no te protegemos, Gerold. Así que hazte un favor, protégete, y Pollo… mantén el pico cerrado.
Al cabo de un par de días, Pollus notó un extraño silencio en la pensión. Era raro, solía haber siempre mucho trasiego de gente yendo, viniendo, comiendo… A Gerold le pareció algo inquietante. En fin, se decidió a dar cuerda y lubricar sus muchos relojes; pues Gerold Dayne en realidad era suizo, del cantón de habla alemana de Solothurn. Para su padre, descendiente de ocho generaciones de relojeros Dayne, el que Gerold se dedicase a la música había supuesto una afrenta personal. Por eso el joven Gerold se había mudado a Berlín con su violín, había adoptado el nombre artístico de “Pollo” y había perdido el contacto con su familia. Lo único que había conservado de su Suiza natal era la obsesión por las horas, la puntualidad y el gusto por coleccionar relojes.
Estando Gerold enfrascado leyendo sus partituras, oyó un ruido de alguien caminando con dificultad por el pasillo, como si tuviese cojera. Acto seguido oyó una llamada que le heló la sangre:
— Pooooolllus. Pollo. Pooooollus.
¡Nadie debía conocer su identidad en aquélla pensión! ¡Aquí era el señor Wiesel! ¿Y esa voz de mujer? Le resultaba desconocida y, a un tiempo, extrañamente familiar. Decidió mantenerse en su habitación, con la puerta cerrada, haciendo como que no estaba. Pero el truco no le funcionó. La extraña llamó a su puerta:
— Poooooollus. Pollito. Poooooollus.
Cuando Gerold siguió sin abrir, la desconocida propinó un brutal patadón que echó la puerta abajo. El asustado Pollus vio entonces a una señora de mediana edad, con un delantal como de carnicería, ropas modestas, un gran saco de arpillera colgado del cinto… y un enorme cuchillo de carnicera en la mano derecha. Cojeaba ligeramente… allí donde el propio Gerold le había atizado un mordisco en un tendón.
— Poooollus. El Amo quiere verte. Tienes que venir conmigo al castillo Von Fronkonstin.
Al horrorizado Gerold sólo se le ocurrió tirarle al cadáver redivivo de Asha un reloj de mesa a la cara. Pero a una zombi reanimada con toda la potencia y fiabilidad de dos motores Daimler Benz de alta cilindrada no se la puede parar con un golpe tan patético. La muerta viviente avanzó despacio, con su inquietante paso de cojita.
— Bueno, pollito. El Amo no dijo que tuvieras que venir de una pieza. Igual es mejor que te meta en el saco bien despiezadito.
La comisaria zombi alcanzó a Pollus y comenzó a despedazarlo con su cuchillo de carnicería.
— Vamos a ver, Polluco… primero la pechuga, luego los muslitos, las alitas y para terminar… esa linda cabecita, eeeeso es. Al Amo le gustará verte así, sí, yo creo que sí.
Así murió Pollus, el Relojero e Iluminado Menor (suspendido de empleo y sueldo).
Asha bajó con su pesado saco por las escaleras de la corrala, sin que su aspecto anodino llamase en absoluto la atención de los vecinos que se cruzaban con ella. Una vez abajo, la recogió el consabido motocarro negro con franja roja, y al cabo de un par de horas un nuevo fiambre llegaba al Castillo von Fronkonstin, presto a la profanación.
— ¿Cómo te sientes tras la muerte de Asha? ¿No sientes que tu vida ya no tiene sentido, ahora que ya ha quedado vengada?
— Bueno, por un lado, siento alivio. Se ha hecho justicia con mi amada Madelaf. Por otra parte, sabemos que anda suelto un profanador de cadáveres, lo cual me sigue causando inquietud. Bien, Gerold, ahora dinos, ¿Cómo has hecho para sobrellevar estas semanas sin tu amada esposa? ¿No te han dado ganas de suicidarte en ningún momento?
— Ehhh… bueno, no, la verdad es que no. Mi vida sigue teniendo sentido, estoy comprometido con una… digamos, iglesia, cuya causa me parece muy justa y muy importante.
— Oh, cuánto me alegro, Gerold. Cuéntanos un poco más.
— Bueno, jejeje, en realidad no debería hablar de ello, digamos que se trata de… bueno, más que una iglesia, es una… fraternidad.
— ¿Como la masonería o algo así?
— Sí, algo así. Una asociación filantrópica que busca la redención y la felicidad para la Humanidad. Mis compañeros me han ayudado mucho en estas semanas ¿sabe? Y yo… me he volcado con ellos, me ha servido para no estar continuamente obsesionado y llorando por Madelaf. Pero, como te digo, no debería hablar de ello.
Esa misma tarde, Pollus recibió una visita en la pensión de Frau Todt, en el popular barrio de Neukölln. Se había mudado allí desde la muerte de Madelaf. No podía aguantar revivir su recuerdo continuamente. Por precaución, no se había registrado allí con su verdadero nombre, sino que había optado por otro seudónimo de animal: Herr Wiesel (“Señor Comadreja”). “Casualmente” Gerold se encontraba totalmente solo en la pensión en ese momento. Un encapuchado se presentó allí, le hizo una seña de manos para mostrar su rango y se dirigió a él con expresión perentoria:
— Gerold, queremos una explicación. ¿Me puedes decir qué le has contado a esa periodista entrometida?
— Bueno, sí, he estado hablando con Sansa von Layne pero no he mencionado a la Orden en ningún momento… ¿qué ha pasado? ¿a qué tanto revuelo?
— “Ha pasado “que casi revelas nuestra identidad a una periodista, ¡merluzo!
— Pero… pero… ya le he dicho que yo no he revelado el nombre del grupo en ningún momento.
— ¡Sólo faltaba! ¿Te crees que Sansalayne es tonta? Ha ido a la redacción de un periódico con un artículo titulado “El Viudo Iluminado”, ¿qué te parece el titular, eh, Pollus? ¿Tiene gancho, a que sí?
Gerold estaba totalmente abatido. Escuchaba la filípica de su superior en la Orden con la cabeza gacha, sin atreverse siquiera a mirarle.
— Gerold, ¡por la Pirámide y el Ojo! hemos tenido que ir al periódico y suplicarles que no publicasen la entrevista. ¿Sabes lo que supone eso? ¿Cómo te crees que se controla el mundo: haciendo que los medios de comunicación nos deban favores, o pidiéndoselos? ¿Eh? En fin, al menos tu cagada no se hará pública. Creemos que, por ahora, sólo lo saben Sansa, el director del “Berliner Tageblatt” y dos técnicos del periódico. Por lo que respecta a Sansa… no pensamos que vaya a durar mucho. Bueno, por lo que respecta a ti:. Quedas temporalmente expulsado de los Illuminati.
— ¿Cómo… cómo podré ser readmitido? ¿Qué puedo hacer para compensar mi error?
— Tendrás que prestar a la Orden un servicio equivalente al perjuicio causado. Eso, o que la Orden te necesite y te reclame en un momento dado. Ahora, estás solo. Ya no te protegemos, Gerold. Así que hazte un favor, protégete, y Pollo… mantén el pico cerrado.
Al cabo de un par de días, Pollus notó un extraño silencio en la pensión. Era raro, solía haber siempre mucho trasiego de gente yendo, viniendo, comiendo… A Gerold le pareció algo inquietante. En fin, se decidió a dar cuerda y lubricar sus muchos relojes; pues Gerold Dayne en realidad era suizo, del cantón de habla alemana de Solothurn. Para su padre, descendiente de ocho generaciones de relojeros Dayne, el que Gerold se dedicase a la música había supuesto una afrenta personal. Por eso el joven Gerold se había mudado a Berlín con su violín, había adoptado el nombre artístico de “Pollo” y había perdido el contacto con su familia. Lo único que había conservado de su Suiza natal era la obsesión por las horas, la puntualidad y el gusto por coleccionar relojes.
Estando Gerold enfrascado leyendo sus partituras, oyó un ruido de alguien caminando con dificultad por el pasillo, como si tuviese cojera. Acto seguido oyó una llamada que le heló la sangre:
— Pooooolllus. Pollo. Pooooollus.
¡Nadie debía conocer su identidad en aquélla pensión! ¡Aquí era el señor Wiesel! ¿Y esa voz de mujer? Le resultaba desconocida y, a un tiempo, extrañamente familiar. Decidió mantenerse en su habitación, con la puerta cerrada, haciendo como que no estaba. Pero el truco no le funcionó. La extraña llamó a su puerta:
— Poooooollus. Pollito. Poooooollus.
Cuando Gerold siguió sin abrir, la desconocida propinó un brutal patadón que echó la puerta abajo. El asustado Pollus vio entonces a una señora de mediana edad, con un delantal como de carnicería, ropas modestas, un gran saco de arpillera colgado del cinto… y un enorme cuchillo de carnicera en la mano derecha. Cojeaba ligeramente… allí donde el propio Gerold le había atizado un mordisco en un tendón.
— Poooollus. El Amo quiere verte. Tienes que venir conmigo al castillo Von Fronkonstin.
Al horrorizado Gerold sólo se le ocurrió tirarle al cadáver redivivo de Asha un reloj de mesa a la cara. Pero a una zombi reanimada con toda la potencia y fiabilidad de dos motores Daimler Benz de alta cilindrada no se la puede parar con un golpe tan patético. La muerta viviente avanzó despacio, con su inquietante paso de cojita.
— Bueno, pollito. El Amo no dijo que tuvieras que venir de una pieza. Igual es mejor que te meta en el saco bien despiezadito.
La comisaria zombi alcanzó a Pollus y comenzó a despedazarlo con su cuchillo de carnicería.
— Vamos a ver, Polluco… primero la pechuga, luego los muslitos, las alitas y para terminar… esa linda cabecita, eeeeso es. Al Amo le gustará verte así, sí, yo creo que sí.
Así murió Pollus, el Relojero e Iluminado Menor (suspendido de empleo y sueldo).
Asha bajó con su pesado saco por las escaleras de la corrala, sin que su aspecto anodino llamase en absoluto la atención de los vecinos que se cruzaban con ella. Una vez abajo, la recogió el consabido motocarro negro con franja roja, y al cabo de un par de horas un nuevo fiambre llegaba al Castillo von Fronkonstin, presto a la profanación.
Detective
Relojero 
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