—Tú eres el Kwisatz Haderach —le susurraba al oído Chari a Timoteo.
—Ay, mi Sansita —respondía el Atreides. La dura Frewoman se derretía cuando Timoteo la llamaba “Sansita,” apelativo cariñoso que nunca antes le habían dispensado.
—Para mí, tú eres el Lisan al-Ghaib, el Muad-Dib, mi universo, mi todo.
—Bueno, bueno, ya será menos, Sansita. Sólo soy un crío de 17 años.
—Una profetisa, cuando era joven, me dijo que el hombre del que me enamorase sería el Kwisatz Haderach.
—Jajajaja Sansita, error de saga y lo sabes. No intentes convencerme de lo que no soy.
—Bueno, tienes razón, Loboblanco. No hubo ninguna profetisa, me lo he sacado de una vieja historia. Pero sí estoy convencida de que eres todas esas cosas. Mira en tu interior y descubrirás esa grandeza que te niegas a ver. Porque yo ya la he visto. Por cierto, ponme otra vez esa canción tan bonita.
—¿La que cantaban los policías?
—Sí, esa de “cada aliento que tomes, cada movimiento que hagas…”
—Venga, pues cantemos juntos:
“Cada aliento que tomes,
cada movimiento que hagas,
cada atadura que rompas, cada paso que des,
te estaré vigilando.
Todos y cada uno de los días,
y cada palabra que digas,
cada juego que juegues, cada noche que te quedes,
te estaré vigilando.
Cada movimiento que hagas,
y cada promesa que rompas
cada sonrisa que finjas, cada parte que reclames
te estaré vigilando.”
—Qué canción más bonita, Loboblanco. ¿Te parece que a partir de ahora sea nuestra canción?
—Sí, amor mío, es preciosa. Será nuestra canción.
Tanto le insistía Chari, que Timoteo Atreides empezó a albergar alguna sospecha. ¿Y si realmente era él el Mesías Intergaláctico? ¿O quizá… podría ser… que Sansa le estuviera calentando la cabeza con malas intenciones? Se negaba a creer esto último, pero la sensación estaba ahí, en el fondo de su mente.
Al cabo de unos días, Asha Grey llamó por el interfono de la estación:
—Sesión de linchamiento en la biblioteca. Dentro de media hola.
Timoteo y “Sansita” estaban, como siempre, acaramelados, tendidos lánguidamente en el camastro de Chari.
—Ve tú, amor mío. Yo paso de eso del linchamiento, qué pereza. Que se maten ya Asha y Stilbard y nos dejen en paz con nuestro amor.
Timoteo Atreides no podía escapar a su sentido innato del deber, así que se fue para la biblioteca, esperando un “lo de siempre.” El principio fue así, con Asha Yueh Grey acusando a Stilbard y éste acusando a su vez a la Mentat. Pero al cabo de unos minutos, Asha y Stilbard sacaron un diario que habían encontrado entre las cosas de Dama Jessica y se lo mostraron a Timoteo:
—Mira, Loboblanco. Aquí tu madre dice claramente que “el olor de Hendaya es el olor de la traición.” Y que no se fía de ella. Piensa, sin lugar a dudas, que es la traidora.
—Yo no cleo, pelo es cielto que tu madle dice Chali sel tlaidola. Tú velás.
A Timoteo Atreides le daba vueltas la cabeza. ¿Sería posible?
Algo en su fuero interno hizo “clic” y conectó las piezas. Sí, sin duda su Sansita del alma sólo estaba acercándose a él para que bajase la guardia y en el momento más insospechado… zas, clavarle un puñal por la espalda.
—Bien, pues vamos a ver a Chari —dijo Timoteo. —Pero antes, hay una cosa que preparar. Por si acaso.
La doctora Asha Yueh Grey, Loboblanco y Stilbard se dirigieron a la habitación de Chari Hendaya. Cuando le plantearon su acusación, tras el desconcierto y la incredulidad iniciales, la dura Frewoman salió corriendo de su estancia, empujando a sus acusadores, dirigiéndose a la salida de la estación. Pero allí, en cuanto abrió la puerta, la estaba esperando “La Buitra” Lau, a la que habían avisado previamente. En cuanto Chari cruzó el umbral, la contrabandista le clavó un afiladísimo aguijón en la nuca, que acabó con ella en cuestión de segundos. (Es la "aguja de Alia" de la novela y la película antigua, pero no he encontrado ninguna foto buena). Así cayó Chari Hendaya, Sansalayne, la Política.
Timoteo Atreides estaba totalmente “desolé.” Aunque creía sinceramente que Chari era la malvada traidora, su corazón estaba roto. A la noche siguiente, escuchó que la radio de la estación emitía una versión instrumental de la que había sido su canción. EN ESTE MOMENTO DE LA HISTORIA, POR FAVOR ESCUCHAD LA GRABACIÓN QUE OS HE ENVIADO POR WHATSAPP.
La rabia se apoderó de Loboblanco. ¿Cómo era posible que alguien le propinase semejante golpe bajo, cuando el cadáver de Chari aún no estaba ni frío? Rápido y sin pensar, el heredero de la Casa Atreides salió escopetado hacia la sala de comunicaciones.
Como cabía esperar, aquello era una obvia trampa que le había tendido el Chechino/a. Pues, al poco de entrar en la sala, Timoteo vio una especie de “escarabajo mecánico” que se dirigió hacia él. El ingenio plegó sus alas y se convirtió en una jeringuilla cargada de veneno, apuntando a la cara del Atreides:
“Soy el Kwisatz Haderach,” se dijo Timoteo a sí mismo al oído. “Puedo parar ese buscador-cazador con la fuerza de mi mente.”
Si Timoteo Atreides hubiese sido el Kwisatz Haderach o todas esas cosas tan bonitas que le susurraba su Sansita al oído, seguramente habría podido desviar la aguja emponzañada con su potencia mental; o tal vez, con un golpe maestro de karate. Pero ¡ay, amigos! Los cálculos de la RMGH Madelaf no eran correctos. Loboblanco no era el Mesías Intergaláctico. El buscador-cazador, en un sorpresivo arreón, saltó sobre su cuello y descargó su carga letal en su torrente sanguíneo. Así cayó Loboblanco, el Ermitaño.
Stilbard y la doctora Asha Yueh Grey llegaron a la sala de radio. Cuando vieron el cuerpo inerte del Atreides, exclamaron a la vez:
—¡Has sido tú! ¡Lo sabía desde el comienzo!
Todo quedó dispuesto para la batalla final:
Boubaris Stilbard
VS.
Doctora Asha Yueh Grey