Porque la Sectaria aprovechó más el tiempo.
Se enfundó las ropas de oficiala de marina mercante de Sansalayne, que le quedaban muy bien de talla y se dirigió hacia la zona de calderas. Allí entró en una de las pequeñas salas donde se paleaba carbón día y noche, para alimentar las enormes chimeneas del barco. Usando su impostada autoridad, la Sectaria despidió a los carboneros y se dedicó a sacar carbón ardiendo de los hornos, para lanzarlo sobre el costado del buque. Estuvo varias horas en esta operación, recorriendo varias estancias, hasta que el agotamiento hizo presa en ella y se tuvo que retirar a su camarote, diciendo para sí:
—Señor Dagón, no es por vicio este estropicio, sino por ti que hago este sacrificio.
Aquí tenéis una foto del Titanic, donde se aprecia claramente la marca de la quemadura infligida por la Sectaria en el costado del buque (a estribor, cerca del borde inferior de la foto):
Para las 22:00 el Titanic ya había salido de Limerick y costeaba por el Sur de Irlanda. Los cinco supervivientes se reunieron para la sesión de linchamiento diaria.
Cabranegra ladraba insistentemente a Loboblanco. Ellaria dijo:
—ATAR A LA RATA.
Pero su sugerencia no fue atendida.
En el linchaje, pronto quedó claro que había dos personas más sospechosas que las demás: Asha y Lau Bu. Romper el empate parecía difícil, hasta que a alguien se le ocurrió la idea de que hicieran una competición de chistes: no en vano la estirada capitana y la arisca doctora naval eran las personas más siesas entre las supervivientes. ¡Parecía una idea la mar de divertida!
Empezó Lau contando su chiste:
—Ehhh…. Esto son… son dos amigas y ehhh… una pertenece a un club de cuentachistes, y lleva allí a su amiga por primera vez. Entonces, ve que toda la gente allí dice números… sí, eso, números y entonces todo el mundo se ríe. Como por ejemplo “¡El siete!” y todo el mundo va y se ríe. Entonces, dice la nueva: “¿Puedo probar yo a contar un chiste también?” “¡Claro!” le dice su amiga. Entonces… entonces… va la nueva y dice “¡El cinco!” pero nadie se ríe. Muy contrariada, le pregunta a su amiga “¿por qué no se ríen?” y contesta la amiga “¡porque querida, lo siento pero tú no tienes ninguna gracia contando chistes!”
Como una profecía que se auto-cumple, nadie rió el chiste de Lau.
A continuación, le tocó el turno a la flemática británica Asha:
—Dos amigas van de excursión al campo, con tan mala suerte que una serpiente le pica a una. Empieza a convulsionar, echa espuma por la boca… ¡la cosa pinta fatal! La otra, nerviosa, no sabe qué hacer. Entonces decide ir corriendo al pueblo más cercano y una vez allí, reclama al médico local. Este se encuentra asistiendo un parto, así que no puede ir con su amiga. Desesperada, le pregunta qué debe hacer.
—Lo primero que tienes que hacer, es asegurarte si realmente tu amiga está muerta.
—Vale, así lo haré. Gracias, doctor.
La amiga vuelve corriendo donde su compañera agoniza. Entonces, se oye un disparo.
Al cabo de un rato, la amiga regresa, jadeando, donde el doctor y le dice:
—Doctor… arfff arfff… ya estoy segura.
Asha consiguió ese efecto que a veces logran las personas al contar un chiste muy serias, de aumentar aún más la hilaridad. Dadas las ganas que todos tenían de reírse de la muerte, el chiste de Asha fue todo un éxito y la carcajada fue general. La que no se rio, naturalmente, fue Lau Bu, que se fue al hoyo por ser tan siesa. Sus compañeros la asfixiaron metiéndole páginas arrancadas de libros por la boca y la nariz, hasta provocar su muerte. Una pena y un error, dado que era la Susurrante.
Por la noche, cuando fue a recepción a recoger su llave de la habitación, el híbrido se miró en un espejo y, horrorizado, comprobó que su “ictiosis” había avanzado mucho desde que estaba en el Titanic: